Una pequeña esfera de madera de ciprés de cuatro centímetros rueda por una pendiente de tablillas, siguiendo una línea perfecta, que como un hilo se enhebra entre los cedros del japonés bosque de Kyushu. La esfera cae sobre el primer listón que forma este esbeltísimo xilófono, y una nota musical inunda de sonido el silencio del bosque. A cada rebote le sigue una nueva nota; la suma de todas ellas compone la melodía de la cantata BWV 147 de Bach. Kenjiro Matsuo, autor del genial spot fue capaz de imaginar dicha partitura interpretada exquisitamente durante 123 segundos por un instrumento de percusión básico: una bolita de madera que cae.
El anuncio es una muestra de delicadeza y una lección sobre la moderación, la contención y el valor de una lentitud intensa, cargada de significado y arte. No sé si la lección es intencionada para un Occidente desorientado por un consumo acelerado en defensa del progreso-match3, o si sencillamente es un ejemplo más del refinamiento nipón, aquel que hizo sentir a Henri Michaux, un bárbaro en Asia. El modo en que el numeroso equipo de Matsuo invierte su tiempo fabricando y lijando tablillas para obtener la percusión exacta, y el frío montaje en mitad de la Naturaleza es otra muestra, en este caso del poder de las ideas, capaces de apasionar a personas, uniéndolas en empresas aparentemente surrealistas, guiados por la visión de algo cuya existencia, en la medida que sea, mejora la realidad.
Málaga se mueve con cierto grado de convulsión, como un coche grande de combustión difícil, falto de continuidad en el suministro de carburante. Málaga necesita encontrar una idea capaz de aglutinar el ánimo de todos. Un proyecto común que se constituya en manifiesto y paradigma de cómo queremos que sea Málaga, de cómo queremos vivir los malagueños. La alegría de un pesado, lento y farragoso PGOU aprobado, heredero de una forma de funcionar cuyo resultado presente nos demuestra que fue insuficiente, no tiene la fuerza de liderar los cambios de dirección, las nuevas maneras de sentir y de vivir la ciudad. Muchos miramos el cauce seco del Guadalmedina. Tal vez todo fluya mejor gracias a él.
artículo publicado en La Opinión de Málaga
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