Las primeras manifestaciones de la arquitectura fueron actos de autoafirmación: los menhires, o los dólmenes, donde piedras de gran tamaño se clavan en la tierra y sostienen un techo, dan muestra de que la arquitectura es ante todo un mensaje. El simple cambio posicional de una piedra monumental devino en el Neolítico en primitivo monumento de arquitectura. Su mensaje era manifestar la presencia de sus constructores y reclamar como propia la tierra sobre la que se asentaba. La sola proximidad de estas construcciones identitarias de comunidades primitivas, generaba en ellas una atmósfera protectora, un sentimiento de hogar.
Elegida la tierra del asentamiento, el tiempo se encargará de llenarlo de la febril actividad de generaciones y generaciones, que hacen, deshacen y rehacen las primitivas atmósferas a la búsqueda de nuevos rostros de ciudad con los que poder hablar, sintiendo a través de estas conversaciones que el lugar en el que vivimos es nuestro hogar. En una pequeña y escarpada colina del pueblo de Ronchamp una cuadrilla de sólo ocho hombres emplearon cinco años de sus vidas en levantar una pequeña capilla. Este dolmen contemporáneo causó gran confusión en los foros arquitectónicos que veían en él, y en el alejamiento de la directrices racionalistas defendidas por su autor, Le Corbusier, el cansancio del genial arquitecto tras la Segunda Guerra Mundial. No fue así, en absoluto.
La capacidad de una comunidad para modificar y domesticar la naturaleza, es decir, para hacer de ella su casa, creando atmósferas favorecedoras para su desarrollo, mide el verdadero alcance de sus arquitecturas, y en último término de sus ciudades. Un edificio debe, no sólo cobijar o proteger, sino también generar una atmósfera tan favorable, que potencie las cualidades de sus usuarios, que los vuelva mejores por el simple hecho de vivir en ellos. Los tres mil habitantes de Ronchamp mostraron que calidad no tiene que ver con cantidad. Hoy, el equipo japonés SANAA repite la lección en Lausanne con el Rolex Learning Center, un sencillo paisaje de interior convertido en templo del estudio. Somos los lugares en los que vivimos, y por ello construir juntos la mejor arquitectura supone la capacidad de mejorarnos como comunidad. Todos a una, claro.
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