La piel de cualquier animal, cambia y se especializa a cada centímetro, imperceptiblemente, sin interrupciones. El protagonista de La Escala de los Mapas de Belén Gopegui, recorría visualmente la piel de su amada, en un viaje mental sin fronteras, donde el paisaje de su cuerpo se especializaba sin desconexiones... Las ciudades, como supraorganismo del que formamos parte, muestran también a través de su tejido urbano, un estado de salud. La evolución de las ciudades durante el siglo XXI muestra cómo la concentración de funciones sobrecarga el tejido urbano, generando fronteras internas y reduciendo el bienestar social. Las ciudades pueden, como los continentes, explicarse mediante mapas físicos con fronteras geográficas, y también como ellos, podrían entenderse mediante sus invisibles mapas políticos, hechos de fronteras creadas por el hombre y consolidadas por las sociedades.
Las ciudades crean fronteras habitacionales en forma de barriadas marginales, donde comunidades desafortunadas viven atrapadas en campos de gravedad residencial. O fronteras circulatorias, ocasionadas por la concentración del tráfico rodado en estrangulamientos capaces de transformar paseos y parques en carreteras-barreras con flujos y velocidades que erosionan la cohesión y continuidad del tejido urbano, y propician el aumento de un transporte privado poco sostenible. Existen también fronteras funcionales por la concentración exclusiva de actividades en un espacio y tiempo también condensados, que fuerzan los límites elásticos de una ciudad, como la Feria y la Semana Santa, acontecimientos importantísimos de la ciudad que siguen planteamientos urbanos desajustados. Junto a las anteriores, la degradación de fronteras geográficas, como muestran en Málaga el estado de sus ríos y ocasionalmente su litoral marítimo, dan un muestrario de especies fronterizas no deseadas. Una frontera interna en una ciudad es una nueva línea en su mapa político, cada vez más fragmentado y alejado de su mapa geográfico original.
Durante la dirección de la última Bienal de Venezia, SANAA mostró su convicción de que los habitantes de una ciudad tienen el poder de difuminar las fronteras acumuladas, y conseguir que el tejido urbano vuelva a integrarse en la topografía del paisaje natural como una tela continua, que desciende sobre la tierra con tiempo, hasta posarse en ella sin fronteras, sin interrupciones, con la misma fluidez que una buena melodía.
Artículo publicado en La Opinión de Málaga
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