jueves, 14 de junio de 2012

VÉRTIGO




El anuncio de la Unesco de retirar el título de Patrimonio de la Humanidad a la ciudad de Sevilla alertando del peligro monumental que supone la construcción de una torre de cuarenta plantas me parece una manifestación extrema de poder e influencia sobre el devenir arquitectónico y urbano de una ciudad, y una de las reacciones institucionales más desmedidas imaginables ante la construcción de un edificio cuyo pecado consiste en superar la altura de la Giralda, que hace ocho siglos era el edificio más alto de Europa y que aún hoy sigue siéndolo de Sevilla.

Resulta sorprendente la autoimposición de un techo en la construcción de las ciudades, y el miedo a unas alturas que podrían reducir la huella ecológica ocasionada por la ocupación extensiva del territorio. Pasó en Córdoba con una torre fallida cuya altura se quiso superior a la Mezquita, también en Málaga con las torres de Repsol, que los prejuicios a la construcción en altura, han reducido a bloques altos. Y ahora pasa en Sevilla, donde se vive con alarma la construcción de la Torre Cajasol, proyecto de Cesar Pelli, junto a la Cartuja, a dos kilómetros de la Giralda. Este desasosiego también se vivió en París, donde el nuevo rascacielos de la Défense, realizado por el Pritzker Tom Mayne, tuvo que reducir su altura para no superar la Torre Eiffel.

Una ciudad no se daña por un edificio emblemático o una torre, sino por el insignificante pero acumulativo efecto que malas prácticas de la construcción pueden tener sobre ella. La ciudad son sus viviendas. El empleo de malos materiales en ellas, ya sean ladrillos, ventanas, puertas, o bisagras, el uso de soluciones constructivas defectuosas, o la realización de proyectos deficientes desviados de su fundamental propósito social, son la verdadera amenaza de las ciudades al reducir la calidad arquitectónica media del patrimonio heredado. Y esto es así porque la lentitud de su propagación camufla su carácter invasivo y facilita una aceptación silenciosa. Es un error fijar el techo de nuestras ciudades según la altura de los logros arquitectónicos de nuestros antepasados. Basta pensar que la arquitectura que hemos heredado y de la que nos sentimos orgullosos existe gracias a que ellos no cayeron en este incomprensible vértigo arquitectónico.



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