jueves, 5 de julio de 2012

MÁS ALLÁ DEL CASTAÑO OSCURO



Un grupo de científicos no conseguía encontrar la explicación de un hallazgo fósil cuya repetición desafiaba las leyes de la probabilidad: peces que encontraban su final y posterior fosilización justo en el momento de engullir a otro pez. No resultaba verosímil que la fosilización sorprendiese con tanta frecuencia a un pez justo en el momento en el que su presa estaba a medio tragar. Finalmente encontraron una explicación: los peces quedaron aislados durante un periodo de desecación en una charca menguante que al final enfrentaba a peces de tamaños parecidos, que morían matándose, por asfixia y atragantamiento.

La Ley de Concursos de Arquitectura, vigente en España desde el año 1995, permitió el acceso de nuevas hornadas de arquitectos a proyectos que habitualmente recaían en arquitectos más establecidos, quienes gracias a su experiencia y vínculos sociales, adquiridos y consolidados en los importantes años de democratización del país, solían contar lógicamente con la confianza de las Administraciones Públicas. Hasta aquí bien: todos en el océano. Las cosas han cambiado en la medida en que los efectos del frenesí inmobiliario de hace unos años, han acentuado el estancamiento, en sentido literal y figurado, del sector de la construcción que ve cómo la reducción de la charca y el confinamiento en ella de las empresas y profesionales que forman parte de su biotopo laboral, obliga a acciones desesperadas.

La práctica habitual de realizar bajas económicas en licitaciones a concursos públicos, de obra o de redacción de proyectos, resultaba comprensible dentro de ciertos márgenes. Para evitar un aumento progresivo de las rebajas profesionales, la Asociación de Constructores-Promotores supo establecer con la Administración Pública el concepto de «baja temeraria», habitualmente en torno al 30%. Los Colegios de Arquitectos no lo han conseguido aún. Las bajas que los arquitectos realizan en los concursos, del 40-50 ó 60% de sus honorarios, sólo muestran la impotencia de un gremio aislado dentro de un entorno administrativo y político inconsciente del perjuicio que la posibilidad de estas «bajas del temor», ocasionan en el tejido profesional y en los servicios de arquitectura de calidad. A veces el instinto aprieta y es difícil de administrar. Por eso es más necesario que nunca hacerlo. Eso, o más fósiles.

Artículo publicado en La Opinión de Málaga

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