Capacidades hace unos años exclusivamente humanas, como el lenguaje, el pensamiento abstracto, o la autoconciencia, se han desvelado desarrolladas en menor grado, en muchas otras especies animales. Una de ellas sigue siendo exclusivamente nuestra: el dominio de la luz. Hace 800.000 años, el control del fuego, de su transporte y sobre todo de su producción, provocó la migración más numerosa y rápida de nuestra especie y la colonización de Europa, al darnos calor y protección frente a otros depredadores. De alguna forma el poblamiento de Europa por nuestros antecesores viene de la mano de una antorcha.
El encendido y apagado de una vela, una habitación, o una ciudad, sigue siendo un acto mágico de dominio e independencia sobre las reglas impuestas por la naturaleza. La luz ya no se va cuando llega la noche; dura el tiempo que queramos. Ahora sí. Ahora no. Y en cada habitación, un sol. La sociedad occidental siempre ha tenido en la luz el más poderoso aliado de la belleza y esta predilección se vio acentuada en la arquitectura tras los oscuros periodos provocados por las guerras mundiales del siglo XX. Hay sin embargo, bellísimas excepciones a la luz que Tanizaki nos hace ver en su Elogio de la Sombra o que Le Corbusier nos mostró con la reducida estancia sin ventanas ni luz artificial que usaba para proyectar, aprovechando la oscuridad como pizarra sobre la que trazar sus pensamientos.
La luz genera un estado de ánimo y las ciudades emplean este poder para iluminar las festividades que correspondan. Ahora Navidad, que vuelve como cada año, un poco antes. El uso de iluminación festiva es algo natural; su evolución barroca no tanto. La distancia entre bandas de iluminación es tan reducida que el empastamiento que se produce impide leer dibujo luminoso alguno. Las bombillas han incrementado la temperatura de color cambiando luces cálidas por blancas intensas que animan y provocan un «estado de ánimo diurno» que favorece la hiperactividad consumista a costa del confort visual en los recorridos urbanos. También los diseños han llegado a un paroxismo deslumbrante con los paneles de pie en calle Larios. Dominar una técnica implica controlar su uso. Seguimos aprendiendo del fuego.
artículo publicado en La Opinión de Málaga
La luce non mancherà di vedere la luna.
ResponderEliminarbella luna...sempre sorridente.
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