jueves, 19 de enero de 2012

MUSEOMANÍA



La administración de la arquitectura pública depende de manera evidente de la optimización de los recursos materiales y el coste de los mismos, y de forma tan difusa como determinante, de la elección de promover lo verdaderamente necesario. El acierto de las arquitecturas sociales se manifiesta, por encima de la calidad arquitectónica, en la satisfacción de las necesidades generales de una comunidad: vivienda, sanidad y educación.

Cuando una ciudad ha satisfecho las necesidades básicas de sus habitantes, puede empezar a coronar otras cumbres.Málaga aglutina en su casco histórico el mayor número de museos de España por metro cuadrado y dadas las carencias residenciales de sus habitantes, y el optimismo de unas previsiones de visitantes irrealizadas, no parece sensato seguir anteponiendo proyectos de museos –algunos con temáticas de una originalidad elocuente: de gemas, del automóvil, del vino, de las marionetas, de la cerámica, o del boquerón– a proyectos de necesidad básica como la vivienda social. Sin darnos cuenta Málaga parece querer entroncar con su tradición romana al realizar con esta incierta amalgama museística algo así como un «garum cultural» para degustación apresurada de cruceristas en una hiperrealidad que recuerda demasiado los lúcidos ensayos de David Foster Wallace.

Los museos han sido el icono arquitectónico más representativo de las dos décadas del cambio de milenio, y un indudable impulso en la proyección internacional de muchas poblaciones en la época de las maravillas, caracterizada por la pugna entre ciudades por volverse más atractivas que las competidoras, para fomento de la economía del turismo. Ya pasó. La realidad obliga; en Oriente se diría que hay que «experimentar la proximidad de la realidad», y no alejarse de ella.

Y la realidad es que Málaga carece de viviendas asequibles y que los sectores sociales más jóvenes no encuentran su sitio en una ciudad que, en la inercia de volverse más atractiva para el visitante, descuida a los de casa. Al turismo una sonrisa, sí, pero al residente dos. No hay que olvidar que la arquitectura pública, como bien social que es, debe principalmente cubrir las necesidades primarias de la comunidad que decide su construcción. Probablemente sea hora de cambiar de tercio. Los acontecimientos y las necesidades lo aconsejan.

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