jueves, 24 de mayo de 2012

LA INVENCIÓN DE LA NECESIDAD


La capacidad para realizar herramientas fue determinante para el progreso de nuestra especie. Esta habilidad se desarrolló gracias a la evolución de nuestros pulgares que emigraron del grupo de dedos del que formaban parte, para diferenciarse del grupo de cuatro restante. Este rasgo distintivo unido a las ventajas de una gastronomía ya más elaborada y amable, reduciría nuestras primitivas mandíbulas, liberando espacio craneal para pensar algo mejor. Y con el pensamiento, vinieron las soluciones, y antes de ellas, las capacidades para detectar las necesidades, cuando todas eran reales.

Los edificios son en sí complejísimas herramientas, algo así como una gigantesca navaja suiza que sirve para todo, hasta para vivir en su interior. Los complejos procesos de crecimiento de los metaorganismos que son las ciudades, han inventado nuevas necesidades, no solo individuales o sociales, sino incluso urbanas: necesidades abstractas de la propia ciudad, muchas veces de difícil comprensión para ciudadanos con necesidades individuales insatisfechas que habitan y alimentan la misma ciudad. Un edificio sin uso es algo muy extraño, como una cuchara hueca, sólo aparentemente útil.

En el Darwing College de Cambridge, Richard Rogers insistiría en que la arquitectura debe cubrir las necesidades del ciudadano, ampliar su conocimiento, desarrollar su creatividad y favorecer su iniciativa. Sorprende que junto a solares permanentes surjan nuevas situaciones urbanas inéditas, como son los equipamientos vacíos, edificios con usos que no prosperan, con usos sin una necesidad real que los valide, con usos dirigidos a una demanda saturada. Málaga excedió su cupo museístico útil, mientras la creatividad de sus ciudadanos, «materia prima de la nueva economía», continúa necesitada de espacios para desarrollarse. La disolución reciente de usos muy tangentes a las necesidades reales del ciudadano, como el museo de las gemas en el edificio de la Tabacalera, o el abstracto uso cultural, tan incomprensible como el cubo de cristal que lo anuncia, sobre la bolsa de metros cuadrados construidos en la esquina del Muelle Uno, convierten su futuro en un acertijo. Estoy convencido que detrás de esta decepción, existe la extraordinaria oportunidad de convertir estos espacios en fábricas de arte y cultura propia. Lugares para producir crecimiento social, con el que recuperar nuevamente el sentido de necesidad satisfecha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario