Pasado el tiempo en que lo que sucedido deja fugazmente de existir, me ha parecido pertinente, dos semanas después de las bastas manifestaciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, sobre los arquitectos y la obra de Paredes y Pedrosa, reflexionar sobre lo que suponen sus opiniones, llenas de ignorancia, prepotencia y grosería; y en ese orden porque son manifestaciones del carácter que suelen generarse en cadena.
Lo más grave en mi opinión no ha sido la afrenta a un colectivo profesional en general y a unos arquitectos serios y rigurosos en particular, sino el pobre autorretrato cultural que esta señora ha regalado al mundo de sí misma y la consiguiente aterradora certeza de la involución cultural que puede ocasionar un gobierno dirigido por estas carencias y deficiencias formativas. No consigo imaginarme que semejantes dislates pudieran decirse impunemente dirigidos a otros colectivos: mujeres, mineros, emigrantes, o políticos...
Hace unos años, durante el acto de inauguración del Museo Picasso en Málaga, un grupo de dirigentes políticos arrinconados en pandilla, equiparaban los cuadros de Picasso con los dibujos de sus hijos pequeños, dando muestras de la finura de su criterio artístico y del tamaño de su ignorancia. No creo que sean estos ejemplos un reflejo o representación de la sociedad en la que queremos convertirnos, ni de la clase política que ansiamos para el desarrollo de nuestras comunidades.
Cuando se trata de las relaciones entre arquitectura y política, Deyan Sudjic en su libro Arquitectura y Poder afirma que la riqueza y el poder da forma al mundo de tal modo que los gobernantes, ya sean Mussolini o Mitterrand arquitecturizan el mundo a imagen y semejanzas de sus ideas, por eso es importante que las ideas estén muy por encima de un Eurovegas.
No sé qué más decir, salvo expresar mis condolencias a la Comunidad de Madrid y mi cercanía hacía aquellos arquitectos, profesionales y artistas que resisten y emplean sus esfuerzos y sus mejores ánimos en desarrollar su trabajo en territorios culturalmente hostiles. Y de paso felicitar a aquellos colectivos políticos, profesionales y sociales que sí son capaces de proteger y convertir las producciones de sus comunidades en sinónimo de calidad.
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