La arquitectura es naturaleza de segunda generación. No se puede realizar buena arquitectura sin conocimiento y respeto por el medio natural que abastece todas las necesidades del hombre; también la de cobijo. Las diferencias entre un termitero del África y los apilamientos verticales del habitar humano radican principalmente en la escala y no tanto en las tecnologías disponibles. El respeto y entendimiento de la naturaleza que tuvieron las primeras civilizaciones, muestran la cercanía mutua que existió entonces. Oriente desarrolló ritos geománticos para apaciguar las deidades de la Tierra por los cambios ocasionados por los procesos expansivos del habitar; Occidente incorporó con los griegos planes urbanísticos que equilibraban visualmente en arcos de circunferencia, los volúmenes de templos y edificios con los volúmenes aparentes de colinas y valles que constituían el fondo paisajístico original.
Nuestra condición ultraurbana y los límites cada vez más lejanos de las ciudades con la naturaleza han distanciado hasta casi el olvido el respeto por el indiscutible patrimonio natural sobre el que se asienta el cada vez más cuestionable patrimonio metropolitano. Las condiciones enfrentadas en que conviven naturaleza y habitar dan muestra de ello: Cada movimiento expansivo de las ciudades ocupan la naturaleza sin integrar su geografía y calidad de vida en intervenciones urbanas y planes urbanísticos, que permanecen aparentemente ajenos a estos valores. Habría que intervenir en la naturaleza con el mismo celo que si se interviniese sobre cualquier catedral o monumento protegido.
Las pocas manifestaciones de la naturaleza que en Málaga han pervivido entremezcladas con la ciudad mantienen una relación distante con ella. El monte de Gibralfaro y su espolón de la Alcazaba se mantienen alejados de la enriquecedora relación posible con el Centro Histórico. El Parque del Morlaco, lugar telúrico que muestra la doble condición de Málaga, entre el mar y la montaña, tiene que protegerse como los linces para evitar su extinción. Antes las ciudades se muraban; ahora es la naturaleza la que sofocada lo necesita. Los extraños mobiliarios florales que, como sucedáneos de la naturaleza, sazonan de paisaje los puntos de interés turístico de muchos centros históricos acentúan las carencias de medidas adecuadas para la protección e integración urbana del dañado y necesario patrimonio natural.
Artículo publicado en La Opinión de Málaga
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