jueves, 4 de octubre de 2012

EL VARADERO DEL CARMEN




Las ciudades, como organismos vivos que son, tienen sus momentos de crecimiento y sus momentos de consolidación. Los primeros son determinantes porque dotan al organismo de una estructura general sobre la que se asentarán evoluciones posteriores ya implícitas en sus trazas maestras. Se crece y se engorda, para una vez conquistado el espacio circundante con garantías suficientes de prevalecer, volver a crecer y acto seguido volver a engordar. Hay crecimientos desordenados que a falta de una estructura guía generan ciudades adiposas, carentes de una promoción sana y con enormes problemas de digestión inmobiliaria.

La crisis que después de seis años deviene en la situación corriente, se mantiene en parte por unas formas de funcionar, que a fuerza de costumbre, mantenemos pero amortiguadas. No se aprecian nuevos hábitos, sino una reducción de los ya existentes. Algo así como seguir conduciendo en la misma dirección solo que más despacio. Un crash a cámara lenta. El lado bueno es que recortando las prácticas poco adecuadas que nos han conducido al presente se reducen también los efectos, y puede que empiecen a surgir nuevas formas de intervenir en las ciudades, más saludables, más decididas, y menos aleatorias.

Sorprende conocer la riqueza de episodios con los que ha crecido el Balneario del Carmen. A orillas de los cerros del Morlaco y San Telmo, debe su sitio a una antigua cantera con cuya piedra se amplió el puerto de Málaga y ganó al mar el Parque. En el Balneario prosperaron reputados astilleros, llenos de calafates a lomos de cuyos barcos se transportó el monte dinamitado. También hubo fútbol en sus playas, embarcadero, cine y pista de baile, hubo verbenas y campeonatos de tenis y por supuesto hubo el Balneario del cual el tiempo nos arroja hoy sus restos. Resulta incomprensible cómo un ejemplo de vida en momentos históricos sin recursos, se estanca y degrada convirtiéndose en una interrupción del litoral de levante. Parece que hay, nuevamente, el deseo de injertar un nuevo uso. Esperemos que en esta ocasión, las necesarias iniciativas municipales encuentren vientos favorables y no un lugar para vararse, siguiendo el nombre original de estas playas y manteniendo la onírica quietud de los últimos cuarenta años.

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