Antiguamente la impredictibilidad de la Naturaleza llevó al hombre a inventarse una realidad física en la que desarrollar sus existencias sin el
desasosiego de la incertidumbre. Las primeras combinaciones de individuos
unidos en la supervivencia fueron pequeños clanes familiares. Con
ellos aprendimos a cuidarnos mejor, al reducir el efecto de lo impredecible
mediante la combinación de capacidades individuales.
El incipiente comercio y sobre todo la necesidad del mestizaje que garantizase
cruces de linajes y descendencia sana, propició la relación entre grupos diversos, y el surgimiento de los primeros
poblados. Desde entonces tiempo y técnica.
El hogar es el lugar seguro en el que lo impredecible
mengua. Nuestros antepasados inventaron
este sitio y el esfuerzo civilizador de los mejores en la historia consiguió ampliar su alcance a escenarios físicos cada vez mayores: la
familia, la tribu, la aldea, la ciudad, incluso grupos de ciudades de las que
brotaron distintas civilizaciones capaces de instaurar un orden global. La
dimensión de esta sensación de seguridad mide el tamaño del hogar y el éxito del orden político, social y económico imperante. Cuando la incertidumbre aprieta, el tiempo
se distorsiona convirtiendo el mañana en un futuro a largo
plazo. Aparentemente la convivencia con la incertidumbre y por tanto con la
falta de previsión reduce el margen de
movimiento tanto social como individual, que a falta de seguridades debe volver
a recuperar la confianza en el vecino y sobre todo a coincidir con él en acuerdos.
Los ciclos de poder democráticos nos han acostumbrado a
contemplar a Gobierno y Oposición como fuerzas antagónicas que se esfuerzan en inmovilizarse entre sí. Cuando en las ciudades, que son nuestros hogares comunes,
no se tiene la seguridad que da la prosperidad económica, la única forma de recuperar algo
de certidumbre pasa por el acto creativo y generoso de imaginar en grupo y
coincidiendo. Málaga agudiza su impredictibilidad,
mientras proyectos y opciones urbanas viables no fijan su deriva ni en el necesario acuerdo previo a su realización. Paul Auster reflejó muy bien en "El País de las Últimas Cosas" la deshogarización
de un lugar
que finalmente devino más impredecible, que la
impredecible Naturaleza a la que regresó su protagonista. O eso quiero
recordar.
Articulo publicado en La Opinión de Málaga
Articulo publicado en La Opinión de Málaga
No hay comentarios:
Publicar un comentario