Hay dos paisajes extremos que cierran el arco de escenarios posibles: la línea que separa dos azules en el horizonte marítimo y el skyline nocturno de Manhattan, lleno de acentos visuales. Lo vacío y lo lleno. En medio, bodegones de líneas, planos y volúmenes, de objetos y edificios, que acompañan nuestra ingesta diaria de información visual. La necesidad de mayor densidad visual, ante la sensación de vacío, puede generar lo que el crítico de arte Mario Praz bautizó como ´Horror Vacui´: miedo al vacío que fuerza a quienes lo padecen a decorar profusamente los objetos o llenar de ellos espacios y estancias perfectamente definidas.
Lo significativo del ´Horror Vacui´ no es tanto «la atmósfera agobiante y desordenada y el gusto por lo recargado», como sucedió en Gran Bretaña durante la época Victoriana, o como ocurre desde hace años en Málaga, sino la sorprendente lectura o entendimiento que se tiene de determinados espacios monumentales, como ´lugares vacíos´, que necesitan algún aderezo. Esta visión o falta de visión capaz de detectar superficies despejadas para llenarlas, nos lleva a situaciones inverosímiles en las que adornos florales ocupan espacios singulares con la naif intención de mejorarlos. La calle Alcazabilla, ensanche viario de principios de siglo XX, recientemente rehabilitada para su integración con el Teatro Romano y la Alcazaba tampoco ha podido evitar su correspondiente cuota floral. Costumbre que no comparten otras ciudades con patrimonio arqueológico como Mérida, Siracusa, Taormina, o la misma Roma.
Al margen del surrealista diseño que apila macetas en anillos ´in crescendo´, interferir en los valores culturales de la ciudad mediante barnices populares en la gama de lo folklórico, reduce la seriedad de una oferta cultural que sigue condicionada por los tópicos de las fiestas y las flores. Si antes era posible desde esta ´ampliación´ del Teatro Romano sentir limpiamente la presencia del monumento y su memoria magnificada por esta sensible intervención, ahora no lo es. Querer solucionar un problema que no existe, es una de las mejores formas de conseguir una equivocación, porque la memoria que enriquece nuestro presente es mejor aval para el futuro cultural de nuestra ciudad que los tópicos andaluces con los que parece que todavía queremos seguir identificándonos.
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