Antes de 1953 los científicos conocían bien los componentes qué formaban la atmósfera primitiva de la Tierra: agua, metáno, amoníaco e hidrógeno; pero no conseguían desvelar cómo la materia inanimada dio origen a las primeras moléculas precursoras de la vida. Ese año, el químico Stanley Miller cumplía veintitrés años y tuvo la idea de exponer a descargas eléctricas una «sopa primigenia» que simulaba las condiciones primitivas. A la semana comprobó que se habían formado en ella aminoácidos y moléculas orgánicas fundamentales para la vida.
Edward Glaeser se pregunta en El Triunfo de las Ciudades cómo prosperan las ciudades, cómo se administran, en qué momento se vuelven inteligentes y cultas...y por qué ciudades que cuentan con la misma «sopa primigenia» tienen destinos divergentes. En esta misteriosa alquimia urbana, los resultados e indicadores más claros del progreso de una ciudad, al margen de la mesurable renta per cápita, son sus expresiones de cultura y arte. La producción en una ciudad de buena arquitectura, pintura, literatura, arte y cultura en general, marca la talla de sí misma, evidenciando que la producción es preferible a la sola administración de lo heredado. Ciudades que impulsan su herencia urbana y arquitectónica crecen, mientras que las que eligen administrar lo existente languidecen en una suerte de momificación.
Nadie tiene la fórmula secreta capaz de animar los materiales que conforman un edificio para convertirlo en una obra de arquitectura, y enriquecer el patrimonio de una ciudad. Es un error compartido, también por arquitectos, vincular calidad de la arquitectura a inversión económica disponible, cuando son las ideas las que provocan el progreso, propiciando inversiones acertadas. En la pequeña ciudad de Weil am Rhein, una compañía manufacturera de mobiliario resurgió de un devastador incendio, ayudada por la idea de vincular el diseño y la arquitectura al mobiliario, o como dice Isamo Noguchi de entender la cultura como la integración del arte en la vida cotidiana. Las muestras de arquitectura que se dan en el Vitra Campus son una extraordinaria manifestación de cultura propiciada por un empresario industrial local. Málaga necesita, como el alquimista en su laboratorio, nuevas ideas capaces de transmutar la construcción en Arquitectura y Cultura, y por tanto en Progreso.
artículo publicado en La Opinión de Málaga
No hay comentarios:
Publicar un comentario