jueves, 7 de febrero de 2013

ARQUITECTURA Y CONSUMO




Lo valioso es frágil, porque suelen ser realidades influyentes e influenciables. La civilización y el amparo que procura traducido a bienestar social no están garantizados por la continuidad de un progreso acostumbrado. Como los valores bursátiles, el progreso oscila a diario, imperceptiblemente a veces, bruscamente otras, arrojando día tras día su balance. Subidas y bajadas, avances y retrocesos del inefable proceso civilizador, o descivilizador.
Cualquier manifestación de una sociedad se convierte automáticamente en un indicador propio que muestra su «grado de civilización», la calidad de dicha comunidad, su solidez o precariedad, o su proyección futura. Gastronomía, moda, literatura, pintura, industria, arquitectura... .Todas ellas supeditadas a la educación, sin la cual no se podría valorar con justeza las múltiples producciones de la civilización. El desconocimiento de una realidad impediría su valoración y por tanto su demanda. Los ciudadanos somos de alguna forma productos culturales de una sociedad y en la medida que ésta nos forme y nos formemos podremos concebir una forma de vida y actuar para que se realice.
La arquitectura es uno de los más claros indicadores de progreso social, porque la calidad de su producción afecta en gran medida a la calidad de vida y porque la complejidad del producto requiere de una suma difícil de calidades profesionales. A pesar de la trascendencia que tiene la arquitectura en la creación del marco físico que hemos de habitar, su conocimiento general, que en países más desarrollados está garantizado por la educación pública, sigue ausente en el grueso de nuestra sociedad, acostumbrada a identificar los productos a granel de la industria inmobiliaria como productos de la arquitectura.
Cuesta imaginar el rostro de una sociedad que descuidase su gastronomía o salud aceptando para su consumo alimentos de inferior calidad, o extendiendo esta idea a la arquitectura, una ciudad desconocedora de los beneficios de una «arquitectura saludable», acostumbrada a rodearse y habitar una realidad construida mucho más mediocre de la que podrían consumir. No estamos ante un problema económico, sino cultural, en el que el necesario conocimiento y difusión de la arquitectura nos permitiría saber aprovechar los recursos profesionales de una ciudad para beneficio particular de todos. Cuestión de consumo inteligente de primera necesidad.

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