Año tras año, desde que se concluyeron las obras de renovación de calle Larios y la plaza de la Constitución, se ha venido abusando de la Plaza Mayor de Málaga con motivo de la construcción anual de la tribuna de Semana Santa. No consigo acostumbrarme. Sobre todo a lo malo.
Es la decimoprimera vez que vuelve a suceder. Once años seguidos cometiendo el mismo error urbano por exprimir al máximo el rendimiento económico de una instalación efímera, transformada desde el año 2003 en una tribuna desmedida, cuya construcción y deconstrucción anual daña la Plaza Mayor de Málaga.
Málaga vuelve a quedarse sin Plaza Mayor durante mes y medio. Sucede por la construcción de un deseo que infló el tamaño y beneficio económico de la tribuna histórica. Los daños de estas medidas inflacionistas son evidentes: plaza sin uso ocupada por mes y medio, bancos rotos, eliminación de naranjos, daños en la solería, vertido de aguas fecales en las rejillas pluviales... y una Fuente de Génova temerosa, testigo silencioso del avasallamiento. A pesar del alto coste urbano que supone a la ciudad y su ciudadanía, incapaz de adaptar sus ojos al gigantismo de la construcción, y de limitar sus pasos al vallado de obra anual, este manifiesto de poder se construye año tras año con el beneplácito necesario para ocupar la plaza.
Cuando el pasado fue mejor hay que intentar recuperarlo. El tamaño moderado de la Tribuna Histórica, en proporción con la escala de la plaza de la Constitución, permitía integrar sus arquitecturas como fondo monumental de las procesiones; algo imposible hoy día con el frente y altura desproporcionadas de la tribuna actual. También la ligereza de la desaparecida Tribuna Histórica permitía un montaje y desmontaje ágil, en menos de los siete días que duraba su uso. Ahora es incomprensible el lastimoso escenario de hierros y grúas que maltratan la plaza durante semanas. La Semana Santa es una de las mayores manifestaciones culturales y religiosas de la ciudad; por ello adaptarnos y convenir con estos graves errores de integración urbana en las escalas y ritmos de la ciudad, implicaría aceptar en parte su devaluación. Si nunca ha sido bueno adaptarse a lo malo, ahora menos.
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