sábado, 2 de marzo de 2013

BÚNKERS EN LA ORILLA



Imaginemos una porción de costa donde tierra y mar se encuentran, o mejor dicho donde el mar deja de cubrir la tierra. Un lugar donde la Naturaleza muestra a la vez su fuerza y sutileza, donde la tierra se atomiza en gotas de arena para volverse agua. Brisa marina, sol y reflejos y en el horizonte una línea que divide azules.
La relación urbana con este valioso y minoritario paisaje de la Naturaleza (en España supone un uno por ciento de su superficie), ha sido y es muchas veces parecida a la del campesino con su gallina de los huevos de oro. El surgimiento y consolidación del turismo trajo consigo la colonización de litoral marítimo por las ciudades costeras, que buscaban lógicamente progresar optimizando el rendimiento económico obtenible. Cádiz y Málaga han ocupado sus litorales con sensibilidades muy diferentes. La «Costa de la Luz» es naturaleza costera; la «Costa del Sol», urbanizaciones de playa. Cádiz mantuvo mejor las condiciones naturales de su litoral, respetando el paisaje y protegiéndolo de las construcciones del boom turístico e inmobiliario. Málaga arrastra una tradición contraria donde la costa se colmó de edificaciones y explotaciones playeras que, cómo un nuevo orden agrícola, rastrillaron la agotada franja litoral.
Una de las mejoras más queridas por los playistas vino con los «merenderos», ligerísimas techumbres de caña, bajo cuya sombra calada se disponían en la arena mesas donde saborear «pescaíto frito» y refrescos. La evolución del merendero en Málaga no va bien. No, si observamos cómo la emblemática playa del Paseo Marítimo Pablo Ruiz Picasso se llena de búnkers. Construcción pura y dura (no ligera y desmontable, sólo demolible): forjados, pilares, muros de hormigón armado, sótanos, y hasta lo nunca visto: ascensores en la playa! «Urbanismo–ansia–viva». El optimismo permite reducir la valoración del daño paisajístico, al pensar que podrían alinearse más búnkers, o ser más grandes, con más plantas o ascensores... Vivimos instalados en el disparate nacional, y este mal mayor ensancha muchas fronteras menores –paisajísticas, urbanísticas, o administrativas– agrandando el conformismo. Mientras tanto, en Fuengirola, una orden de demolición de la Junta de Andalucía planea sobre sus homólogas construcciones de playa. Tal vez también Málaga tenga la misma suerte.

Artículo publicado en La Opinión de Málaga

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