Málaga no termina de comprender bien el cometido de los concursos de arquitectura. Un concurso de ideas ayuda a conocer la realidad urbana sobre la que se quiere actuar gracias a la participación de personas aptas al cometido del mismo. De este modo, la realidad muestra sus valores evidentes y descubre otros nuevos con los que orientar el desarrollo de sus potenciales. El conocimiento de las cualidades de la realidad es directamente proporcional a la previsión de los efectos que la intervención tendrá sobre ella. Lo contrario genera sorpresas –sobresaltos cuando son negativas–, al encontrarse uno con las consecuencias imprevistas de las propias actuaciones. La realidad urbana chirría cuando se la violenta y el paisaje más aún.
La conquista de algunas certezas ayuda, y hasta la incomprensible y empobrecedora intervención que se está cometiendo en el Paseo Marítimo Pablo Ruiz Picasso puede aportar algunas conclusiones útiles. La más evidente es reconocer el valor patrimonial del paisaje marítimo tristemente oculto con la construcción de la cadena de merenderos de hormigón, faltos de la ligereza y transparencia deseables. Otra es el cuestionamiento de la validez de los sistemas de gestión por supervisión múltiple cuando puede arrojar resultados como el presente, contrarios al más básico sentido común. Probablemente, la fidelidad política o administrativa, o el descarte de aquellos criterios alejados del pensamiento líder impidan el descubrimiento de errores en marcha y su parada antes de ejecutarlos. Otra certeza enriquecedora y necesaria para una ciudad es que los asuntos urbanos, arquitectónicos o paisajísticos se aclaren mediante auténticos debates, en términos urbanos, arquitectónicos o paisajísticos y no políticos, que arrojen luz y no polémica sobre el modo de hacer las cosas.
La pobreza del debate del metro a su paso por la Alameda se ha visto algo superada por este nuevo debate ciudadano, más centrado en los temas propios que implica construir el litoral a pie de playa. La solución es compleja, no está en rematar la faena ni tampoco en convocar a destiempo un concurso de ideas para «invisibilizar» la barrera visual creada forrándola con macetas. Maquillar lo malo no es bueno; menos cuando se puede obtener lo bueno mediante gestiones más abiertas y participativas.
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